Los acaparamientos de tierra aumentan para eliminar carbono y compensar emisiones, lo que provoca desplazamientos, conflictos y la financiarización de la naturaleza
Las mujeres indígenas y rurales del estado brasileño de Acre han experimentado cómo los planes de conservación forestal basados en el mercado socavan sus modos de vida y su capacidad para cuidar de sus ecosistemas. El programa REDD+ fue introducido por las autoridades estatales, donantes y grandes grupos conservacionistas con la promesa de combinar una mejor protección de los bosques con una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, además de proporcionar ingresos y otros beneficios a las comunidades rurales. Sin embargo, el programa ha provocado más acaparamiento de tierras, deforestación y extracción, al tiempo que ha destruido los medios de vida tradicionales de las comunidades, así como sus sistemas agrícolas y alimentarios. En lugar de aumentar la protección jurídica de los derechos de tenencia de las comunidades indígenas y las mujeres rurales, ha colocado su vida, sus cuerpos y sus territorios en los mercados. En todo el mundo, las comunidades se enfrentan a una enorme expansión de los proyectos de compensación de carbono de bosques y suelos impulsados por los objetivos “cero neto” de los Estados y las empresas en el contexto de la “economía verde”. Las Directrices de Tenencia contienen disposiciones que apoyan las luchas de las mujeres indígenas y rurales por sus derechos, autodeterminación y formas de vida, que son fundamentales para la protección de los ecosistemas frente a las crisis climática y de biodiversidad.
Las promesas incumplidas de los programas REDD+
El estado de Acre, situado en la parte occidental de la Amazonia brasileña y cubierto en un 80% por bosques, inició en 2012 un proyecto en el marco del programa REDD+ (Reducción de emisiones debidas a la deforestación y la degradación forestal). El proyecto, financiado por el banco de desarrollo alemán KfW, se promovió entre los Pueblos Indígenas y las comunidades rurales como una forma de convertir las prácticas de gestión forestal medioambiental en oportunidades económicas y nuevos medios de subsistencia. Entre 2012 y 2020, el KfW, responsable del programa alemán REDD ‘Early Movers’ , invirtió más de 25 millones de dólares en el proyecto. El programa pronto se convirtió en un modelo de protección del medio ambiente mediante pagos a los usuarios de los bosques que a cambio adoptasen prácticas que contribuyan a la conservación de los denominados servicios ecosistémicos, concretamente la captura de carbono de los bosques.
Pero mientras ministros y representantes de instituciones internacionales y grandes ONG conservacionistas se volcaban en la región para ver la fórmula que supuestamente conciliaba el desarrollo económico con la protección del medio ambiente y los beneficios climáticos, la realidad para las comunidades locales resultó ser muy distinta. De hecho, los beneficios prometidos no se materializaron. Es más, los proyectos crearon nuevos problemas, especialmente para las mujeres.
En primer lugar, la introducción de los proyectos REDD+ no fue acompañada de una demarcación sistemática de las tierras comunitarias como base para la protección jurídica de sus derechos y sistemas de tenencia. Además, aunque sí se materializaron beneficios financieros, en la mayoría de los casos éstos no se quedaron en las comunidades, sino que beneficiaron a agentes externos que actuaron como intermediarios o que crearon oenegés en las ciudades para gestionar el complejo sistema de contabilidad del carbono en el que se basan los pagos de REDD+. Para poder recibir parte de los beneficios económicos, algunos miembros de las comunidades empezaron a crear sus propias organizaciones, pero esto se hizo a costa de alterar el tejido social y fragmentar las comunidades.
La población local también se ha quejado de la falta de participación efectiva en el diseño y la gestión de los proyectos. Las mujeres indígenas fueron especialmente discriminadas e invisibilizadas, según sus propias organizaciones. En algunos casos, las mujeres fueron objeto de cursos especiales de formación en lo que las organizaciones locales han denominado “purplewashing”, es decir, la utilización de actividades centradas en la igualdad de género como forma de dar una cara más responsable a los planes de compensación, que promueven modelos de relación con la naturaleza que en sí mismos son patriarcales y excluyentes.
El establecimiento y la ejecución de los proyectos REDD+ en Acre alteraron fundamentalmente las formas de vida de las comunidades y socavaron su autodeterminación y su soberanía alimentaria. Por ejemplo, se informó a las comunidades de que se les pagarían las llamadas “subvenciones verdes” con la condición de que dejaran de talar o quemar árboles, como parte de su modo tradicional de producción de alimentos a pequeña escala en el bosque. De este modo, los proyectos les prohíben seguir con sus medios de vida tradicionales, vinculados a abrir parte de los bosques para producir alimentos. Considerando que estas prácticas se basan en conocimientos tradicionales y se llevan a cabo respetando los equilibrios naturales, abandonarlas significó que las comunidades empezaron a comprar la mayor parte de sus alimentos, e incluso pasaron a depender de donaciones de alimentos industriales. La pérdida de sus prácticas alimentarias ha venido acompañada de un deterioro de la nutrición y también ha supuesto una enorme pérdida cultural, ya que las mujeres dejan de transmitir a las generaciones más jóvenes los conocimientos ancestrales relacionados con la producción agroecológica de alimentos.
En algunos casos, además de recibir subvenciones por no talar ningún árbol, se incluyó a las comunidades en programas de re/forestación. En estos programas, se distribuían plantas de semillero a la población local para plantarlos. Sin embargo, sin ningún apoyo adicional, estos programas resultaron ser una carga para las comunidades, que ya estaban luchando con los múltiples retos derivados de los proyectos.
La pérdida de los lazos tradicionales dentro de las comunidades, su relación con el entorno vital, que condujo a la destrucción de los medios de subsistencia y al empobrecimiento de muchas personas, acabó obligándolas a buscar otras formas de ganarse la vida. Mientras que algunos empezaron a parcelar la tierra y a venderla, otros empezaron a vender madera, aumentando así la deforestación, en lugar de reducirla. La pérdida de sus bosques afectó especialmente a las mujeres, que a menudo buscaban medios de vida relacionados con el uso de productos forestales, como plantas medicinales o el uso de enredaderas para la artesanía. De hecho, las mujeres rurales de Acre y otras partes de Brasil suelen practicar el “extrativismo”, que se refiere a un modo de vida tradicional definido por la recolección de productos forestales no madereros, a menudo en combinación con la agricultura de subsistencia. Un ejemplo es la extracción de látex de los árboles de caucho que crecen en el interior del bosque.
La destrucción del tejido social de las comunidades y de sus modos de vida tradicionales también ha provocado una migración a las ciudades. Una vez más, las mujeres y las niñas se han visto especialmente afectadas. En muchos casos, la única forma que tienen de ganarse la vida es dedicarse a actividades ilícitas o vender sus cuerpos para su explotación.
El establecimiento y la implementación de los proyectos de REDD+ en Acre alteraron fundamentalmente las formas de vida de las comunidades y socavaron su autodeterminación y soberanía alimentaria.